Le di un grito agudo, frenético, fuera de lugar...
Pero ni aún así abrió los ojos...
Ni aún así pudo comprender, que el grito agudo era un susurro suplicante.
Pero claro, no entendía aún que se puede hablar con extrema dureza de lo que se quiere, precisamente porque se quiere... ya que ese amor nos da una autoridad moral mayor a cualquier palabra...
Y mientras que yo escribo borradores inútiles, otros hablan y susurran... pero con una pequeña gran diferencia... que yo lo hago desde la ignorancia, y ellos desde la premeditación.
Si esto es lo que nos merecemos, no quiero orejas para verlo.
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